El antropólogo Rodrigo Montoya habla de política, Música y canto. También del conflicto entre Martha Hildebrandt e Hilaria Supa. Recuerda sus libros y anuncia otros.
Esta mañana don Rodrigo Montoya está dispuesto a hablar de todo; está un poco molesto, intranquilo, digamos. Su hermano Edwin, cantante y virtuoso guitarrista, canceló la cita de hoy, que iba a ser una conversación entre tres.
Sus grados: Licenciado en Letras
(Universidad Nacional
Mayor de San Marcos); doctor en Antropología (San Marcos), doctor en
Sociología (Academia de Paris, Université de Paris René Descartes);
Profesor Emérito de San Marcos; Profesor Honoris Causa de la Universidad
San Antonio Abad del Cusco.
—Edwin me acaba de llamar y me dijo que, por favor, lo disculparas, que tuvo algo sumamente urgente que atender.
—No hay problema, don Rodrigo. Todo está bien.
La biblioteca de Montoya es envidiable. En este lugar todo parece fluir al ritmo de una canción. Miles de libros de todos los tamaños y todos colores han cubierto todas las paredes. En este lugar, el antropólogo afina con cuidado el libro que lanzará el próximo año para conmemorar el centenario del nacimiento de José María Arguedas. Afina también un libro sobre el Baguazo, afina algunos artículos, su columna semanal y a veces una guitarra. Es tan cómoda su biblioteca, tan iluminada, tan ventilada que de vez en cuando se acerca a la ventana un colibrí, instante que el fotógrafo no puede graficar la inesperada la visita.
—Se fue el colibrí, se escapó, como se escapan algunas oportunidades —dice don Rodrigo.
—¿Cómo cuáles?
—El Perú siempre pierde las oportunidades de convertirse en un país cada vez más justo eligiendo equivocadamente a sus gobernantes.
—Es verdad; pero no entremos todavía a la política ¿cómo va el libro sobre Arguedas, podría adelantar algo?