Toda esta historia empezó el 17 de diciembre del 2010, en Túnez, cuando un vendedor de frutas por las calles decidió reaccionar contra quienes de alguna forma amordazaban a todo un país, violando los derechos básicos o simplemente estabas condenado a recibir sanciones si estabas en contra del gobierno.
Se trata de Mohamed Bouazizi que soñaba con comprarse una camioneta y ampliar el
negocio, pero nunca con convertirse en un héroe nacional. Él era,
simplemente, un vendedor de fruta. Desde muy pequeño, su vida había sido
esa: comprar fruta y verduras y arrastrarlas en un "carrito" hasta la
plaza principal de Sidi Bouzid, una ciudad perdida en el mapa de Túnez.
El destino le escogió, sin embargo, y el 17 de diciembre, desesperado,
frustrado, sin horizontes, se echó encima un bidón de gasolina y se
prendió fuego. Así empezó todo. Así estalló la revuelta popular que ha
derribado la dictadura de Zine el Abidine Ben Ali y ha cambiado de golpe
el mapa político de Túnez, en menos de un mes trepidante de
movilizaciones y acontecimientos. Y quién sabe si también el porvenir de
algún otro país ( ahora ya se extendió a Egipto, inspirados en el héroe de Túnez ). No ha sido sin costes. Mohamed Bouazizi murió abrasado
en el hospital de Sfax, el 4 de enero, y su familia todavía no ha
recibido una ayuda especial, solo el consuelo de ver que su muerte no ha
sido en vano. Mohamed vivía en el barrio de Hainur, donde todavía se
ven casas de adobe y el asfaltado se difumina poco a poco entre
descampados repletos de bolsas de basura. La casa de Mohamed, que perdió
a su padre a los tres años, es de una planta, con tres pequeñas
habitaciones, baño y cocina. Y en ella viven ocho personas. Con él eran
nueve.
"Era una persona muy tranquila y sonriente a la que le gustaba ser
vendedor. Se dedicaba a ello desde los 10 años para dar de comer a la
familia. Estudiaba y trabajaba al mismo tiempo, pero nunca terminó el
bachillerato. Aportaba dinero para que su hermana Leila pudiera estudiar
en la universidad, en Monastir. Nadie más tiene empleo en la familia.
Por la noche compraba la mercancía que vendía al día siguiente. Algunas
jornadas ganaba 10 o 15 dinares [ocho euros]. A menudo, menos", relata
Samia, hermanastra de 19 años.
La familia Bouazizi, tan pobre como
rica en buenos modales, no tiene ni para invitar a un té. Mohamed, que
dejó una deuda de 150 euros, el dinero que empleó en adquirir la última
mercancía, tenía dos hermanos -Salem, de 30 años, y Leila, de 24- y
cuatro hermanastros. Su madre, Manubia, de 55 años, tuvo cuatro hijos
más con Ammar: Samia, de 19; Basma, de 16; Karim, de 14, y el pequeño
Ziad, de 8 años. Todos comparten la vivienda.
Mohamed había
abandonado el colegio a los 19 años y solicitó su ingreso en el
Ejército, pero fue rechazado. Muchas veces los policías le robaban el
género. Otras lo desparramaban por el suelo y tenía que salir corriendo.
Nada extraño en el Túnez rural, habituado a la rampante corrupción
policial, a la exigencia de mordidas, al abuso de poder, a la
prepotencia de los agentes y al miedo que causaban entre los 40.000
vecinos de la ciudad. Un día de Ramadán, el pasado verano, le tiraron
una vez más el carrito y sufrió una crisis nerviosa. Hubo que llevarle
al hospital. "Yo nunca sospeché que esto podía ocurrir", cuenta Samia.
Mohamed siempre sonreía. Parecía feliz.
"A las 8.30 del 17 de
diciembre salió de casa. Como siempre. La policía le pidió dinero para
permitirle que siguiera vendiendo, pero él se negó a dárselo, como todos
los días. Le intentaron arrebatar la balanza. Y Feida, una funcionaria
municipal, le dio una bofetada", relata esta estudiante, alta como todas
sus hermanas, subrayando el nombre de esa mujer. Un hecho, el tortazo,
que no puede ser desdeñado, porque en las conservadoras sociedades
árabes, ser humillado por una mujer supone una terrible ofensa para un
hombre. "Dos policías le golpearon las piernas", continúa Samia. "Nadie
le ayudó. Feida insultó al padrastro de Mohamed cuando este fue a
recuperar su mercancía al Ayuntamiento, y se volvió a encontrar con la
funcionaria, que le cerró la puerta. Mohamed dijo que iba a quejarse al
Palacio de Gobierno, y la mujer se burló de él. ¿Quien iba a hacer caso a
un don nadie. Salió del edificio, compró un bidón de gasolina de cinco
litros y se quemó vivo delante de dos policías. Creo que llegó a pensar
que no tenía ninguna esperanza".
Mohamed Bouazizi falleció por las
quemaduras el 4 de enero, a los 26 años, una semana después de que el
presidente Ben Ali se acercara a visitarle al hospital de Sfax -110
kilómetros al este de Sidi Bouzid- y se dejara retratar a su lado. Un
cuerpo inerte, una momia completamente vendada. Ignoraba Bouazizi el
testamento que legaba a Túnez y a los demás países árabes. Una
deflagración enorme, un cataclismo político que ha puesto Túnez patas
arriba y ha desatado una oleada de suicidios a lo bonzo en el Magreb y
otros países musulmanes.
Era un hombre entregado en cuerpo y alma a
sus parientes al que ni siquiera le gustaba el pasatiempo que causa
furor en cualquier país árabe. "No le gustaba el fútbol", recuerda
Ramzi, primo del fallecido, considerado ya un mártir de la patria. "Era
inteligente, y a veces me leía textos en árabe culto que yo no
entendía", explica Ramzi. Pero no tenía estudios superiores. "Nos
sorprendió mucho cuando leímos que era licenciado en Informática",
comenta Asma, una vecina de Hainur. "Sí estudiaba algo de inglés,
francés, alemán e informática, pero por su cuenta", corrobora Samia.
"Ahora no tenemos dinero para comprar comida. Nadie del Gobierno nos ha
llamado, ni nadie del municipio. No hay justicia, alguien tiene que
ayudarnos", dice en voz baja Samia, que intenta consolarse: "Tras la
muerte de Mohamed parece que puede llegar la libertad. Gracias a él,
mucha gente sonríe un poco más cada día porque se ha ido el dictador".
Sidi
Bouzid era una ciudad propicia para un estallido de esta envergadura.
Pero hay muchas más así en Túnez. Como hay docenas de miles de
desesperados bouazizis. Azmouni Attia, dirigente en la ciudad del
opositor Partido Democrático Progresista, explica: "En Sidi Bouzid, los
campesinos ya venían exigiendo que se arreglaran problemas de
transporte y de acceso a los campos de cultivo y que se asfaltaran
algunos caminos. También hubo manifestaciones delante de la central
lechera porque había retrasos en el pago de salarios. Las protestas
venían de lejos, pero eran aplastadas por la policía. Se hablaba
constantemente de la represión, pero el miedo era atroz. El
Reagrupamiento Constitucional Democrático (CRD), el partido de Ben Ali,
se transformó en parte del aparato policial. Quien se quejaba era
denunciado". "Nada más conocerse el suceso", prosigue, "la gente hizo
una sentada delante del edificio del Gobierno regional. Fui al hospital y
solo le vi la cara quemada. Respiraba muy mal".
El régimen
todavía tenía aliento y nadie sospechaba lo que sucedería menos de un
mes más tarde. Desde el mismo día en que Mohamed se inmoló, la policía
reprimió cualquier conato de protesta en Sidi Bouzid. Pero era tarde. En
cuestión de horas, miles de tunecinos se alzaron contra el Gobierno en
Kasrine y en Gafsa, capital de una cuenca minera que en 2008 vivió
graves disturbios. Las manifestaciones estaban prohibidas, pero la
odiada dictadura tampoco quería impedir que la multitud saliera a las
calles cuando Israel lanzó la guerra contra Gaza en diciembre de aquel
año. "Los manifestantes aprovechaban que podían gritar para hacer juegos
de palabras en los que arremetían contra el RCD", recuerda Attia.
La
mancha de aceite se extendió en muy poco tiempo a Thala, Douz,
Tozeur... Pero la capital aún permanecía en calma. Y Ben Ali todavía se
creía a salvo cuando visitó, el 28 de diciembre, a Bouazizi postrado en
la cama. Mientras, los tunecinos se entregaban a Internet y a Facebook
-censurado a menudo y, en una ocasión tiempo atrás, durante cinco meses-
para convocar manifestaciones. Sin Internet, sin Facebook y sin Al
Jazeera, la revolución habría sido imposible, coincide todo el mundo.
Fathi Chamkhi, profesor de geografía y miembro de la Liga Tunecina de
Derechos Humanos, se explaya sobre el origen de la rebelión. "Es una
revolución social y democrática. Es democrática porque hay
reivindicaciones concernientes a las libertades políticas, y social
porque existen demandas económicas y laborales. Hay una acumulación de
hechos durante 23 años, a lo que se suma la crisis mundial de 2008. El
régimen siempre decía que a Túnez no le afectaría y que pronto todo
volvería a su cauce. Pero Túnez estaba seriamente afectado. Además, hay
otros elementos que no son materiales. Estaba muy extendido el
sentimiento de humillación y de injusticia. Conforme la vida cotidiana
se iba haciendo más difícil, la gente observaba la opulencia en que
vivía la familia presidencial. Era insultante, sobre todo, la actitud
arrogante de los Ben Ali. Observabas a quien te estaba robando y además
te pedían caridad. Mirabas la televisión y recibías una bofetada. La
revuelta nace de la frustración. Aunque no hubiera sucedido en aquel
momento, habría terminado ocurriendo". El descaro del déspota y su
camarilla -la familia Trabelsi, apellido de soltera de Leila Ben Ali, la
peluquera con la que el mandatario contrajo matrimonio en segundas
nupcias, y las familias Mabrouk y Zarrouk- alcanzaba cotas
insoportables. Saquearon el patrimonio nacional, se apoderaron
fraudulentamente de empresas, concesiones de telefonía, de grandes
superficies comerciales, de concesionarios de automóviles, de compañías
aéreas, de canales de radio y televisión, de bancos...
El 11 de
enero, el Gobierno comenzó a mostrar señales de nerviosismo cuando Ben
Ali destituyó al ministro del Interior, Rafik Belhaj Kacem, y ordenó el
cierre de universidades y escuelas. No se autorizaba que las personas
formaran grupos de más de tres o cuatro personas, y uno no podía
detenerse en la calle. Se trataba por todos los medios, los de siempre,
de que la revuelta no se instalara en la capital. Porque eso son
palabras mayores. Pero fue en vano. Al día siguiente, en la capital y
sus suburbios, donde residen alrededor de dos de los once millones de
tunecinos, la revolución dejó de ser cosa de desharrapados, de
campesinos y de obreros empobrecidos, aún más, por la crisis global de
2008. A ella se unieron hombres y mujeres de toda condición, abogados,
blogueros, artistas, arquitectos, las élites intelectuales y amas de
casa, estudiantes y raperos. Como el que cantó: "Presidente, tu pueblo
está muerto". Fue detenido y golpeado en comisaría.
Las clases
medias y muchos de los más pudientes -con estudios universitarios,
licenciados en la parisiense Sorbona- también se pusieron en pie para
demandar libertades políticas y civiles, y la instauración de un régimen
democrático. Porque en Túnez, donde no escasea la gente con formación
académica, el sistema educativo fue una prioridad para el padre de la patria
Habib Burguiba, que rigió el país durante tres décadas, desde que Túnez
obtuvo la independencia de Francia en 1956. También lo fue, al menos en
sus primeros años de gobierno, para Ben Ali. El analfabetismo es tan
reducido como minúscula ha sido la capacidad de la oposición, perseguida
sin tregua, para organizarse.
Por eso la Intifada tunecina fue
espontánea, porque todo sindicato u organización estaba sometido al
férreo escrutinio del régimen. "Soy profesor de español en la
Universidad y sé perfectamente quiénes son los supuestos estudiantes que
elaboran informes para el Gobierno. Tenemos que tener mucho cuidado con
lo que decimos en clase", contaba el jueves Kamel Sahli. Era un país
donde los chivatos se enseñoreaban, donde pronunciar el nombre de Ben
Ali sin alabarle acarreaba contratiempos o penas de prisión. Muchos
jóvenes le llamaban El Cantante o Eminem, por esa pose de artista que se
reflejaba en varias de sus omnipresentes fotografías.
Tres días
antes de su fuga a Arabia Saudí, la avenida de Habib Burguiba de la
capital parecía un enorme cuartel. Vestían de paisano, pero los
policías, por docenas en cada rincón, vigilaban todo movimiento. Desde
el 12 de enero, los tunecinos durmieron poco. En las ciudades del sur,
los francotiradores causaban estragos desde el 17 de diciembre. La gente
caía bajo las balas, pero ya nada les disuadía de salir a la calle.
Habían perdido el miedo. En la capital, las protestas proliferaban y los
eslóganes se repetían. "Pan, agua, y no Ben Ali", "La libertad se
consigue con sangre", "Policía asesina", "Túnez libre", "Ben Ali,
fuera", "No queremos un presidente para toda la vida". "El ministro del
Interior es un terrorista", "Ben Ali, cobarde", "Bouazizi dejó un
mensaje: no queremos a los Trabelsi". "Ya no tenemos miedo". "Ben Ali,
asesino", chillaban catedráticos y profesores a la cara de los policías,
en el campus de Al Manar.
El dictador estaba ya desesperado y
contra las cuerdas. El jefe del Ejército, Rachid Ammar, le había
espetado ese día: "Estás acabado". Pero el presidente -que destituyó a
Ammar, aunque tras la partida del tirano volvió al mando- aún se
resistía. Había prometido dos días antes que crearía 300.000 puestos de
trabajo en dos años y que las fuerzas de seguridad no dispararían contra
los civiles. Y a la población le entró la risa. Compareció el día 13
por la noche para anunciar que no se presentaría a la reelección en
2014, y que reduciría el precio del pan, la leche y el azúcar. Y los
tunecinos reaccionaron con sarcasmo: "Que suba el precio del pan, pero
Ben Ali, a la horca".
Y llegó el día decisivo, el que dará nombre a
plazas y avenidas, el 14 de enero. Esa jornada, y por primera vez en 23
años, los imanes no pidieron, al llamar a la oración, que Alá preserve
la salud de Ben Ali y su familia. Por la mañana se habían citado los
manifestantes, a las nueve de la mañana, ante la sede de la Unión
General de Trabajadores, en una pequeña plaza en pleno corazón de la
ciudad. Eran unos pocos cientos. El joven empresario Yousef Farhat
comentaba: "O Ben Ali se va o dispararán. No tiene otra opción".
Marcharon
hacia la avenida de Habib Burguiba, donde aguardaba un cordón policial.
La muchedumbre empezó a cantar el himno nacional, del que Ben Ali
eliminó años atrás una estrofa alusiva a la revolución y al combate.
Minutos después, los policías se apartaron. Andando deprisa, se toparon
con otra fila de antidisturbios más nutrida, y un funcionario, megáfono
en mano, trató de convencer a la masa para que se detuviera. En vano.
Los uniformados de negro cedieron el paso y mientras cientos de personas
se sumaban al grupo, llegaron ante la sede del Ministerio del Interior.
Ahí se plantaron durante seis horas. La emoción y el ímpetu de los
10.000 manifestantes lo dominaban todo. Muchos quedaron afónicos.
Llevaban fotos de Mohamed Ali Hammi y Habib Ashur, héroes de la
independencia, y varios también de Mohamed Bouazizi. "Si Ben Ali no se
va, bloquearemos el país", aseguraban. "23 años de dictadura no se
borran con palabras". Se rompían periódicos para tirar papelitos al
aire. "¿Dónde está Francia, campeona de los derechos humanos?", se
preguntaban. El ambiente era festivo.
A las 14.38 acabó la fiesta.
Un bote de humo impactó en la multitud. Todo el mundo salió
despavorido. Los disturbios se extendieron por el centro de la capital
durante horas. Pero el régimen ya había muerto. La revolución blanda
había defenestrado lo que algunos califican de "monarquía republicana".
Sin duda, ya hacía algunas horas que Ben Ali y sus secuaces hacían las
maletas. El piloto de Tunis Air Mohamed Ben Kilani se negó a despegar si
dos hermanos de Leila Trabelsi embarcaban en un vuelo que precedió al
de Ben Ali, y se convirtió poco menos que en héroe nacional. A las seis
de la tarde, un avión despegaba del aeropuerto internacional de Cartago.
El paladín de la lucha contra el islamismo -miles de miembros del
partido En Nahda (Renacimiento) fueron perseguidos con saña, asesinados o
partieron al exilio desde que hace 20 años fue ilegalizado el
movimiento fundamentalista-, el represor de los comunistas y de todo
disidente, a los que se despojaba de su empleo, escapaba hacia Arabia
Saudí.
Tras la huida del presidente, el caos se instauró en Túnez.
Convertidos en matones, miembros de la guardia presidencial y de la
policía intentaron sembrar la anarquía a tiro limpio. Los más pobres
también se dieron al saqueo de supermercados y con especial saña de las
mansiones de los Trabelsi y los Ben Ali. El Ejército, adorado por el
pueblo, se ocupó de restaurar el orden, al tiempo que la policía se
esfumaba. 78 personas han muerto hasta ahora en la revolución.
Los
grandes carteles con la figura del dictador fueron quemados y
arrancados de sus soportes y el RCD iba camino de la disolución. Y ahora
se habla de liberación de presos políticos; de una comisión
independiente para investigar la corrupción; de libertades políticas; de
libertad de prensa, después de años de medios de comunicación
secuestrados por el aparato de poder; de reformas democráticas y
constitucionales; de la organización de elecciones; de la desaparición
de detenidos que nunca han regresado a sus hogares; de la ley 404
-promulgada para censurar Internet-; de la necesidad de restablecer la
calma para reanimar el turismo y la inversión extranjera, vitales para
el país...
"Todo empezó aquí, en Sidi Bouzid, como podía haber
comenzado en cualquier ciudad de Túnez. Ahora buscamos un futuro para
quienes han muerto en esta revuelta", dice Saad Kaddusi, un joven
profesor que, por la noche y al calor de una hoguera, vigila en compañía
de una docena de hombres, en un enorme descampado, para que los
esbirros de Ben Ali no hagan de las suyas. Algunos sueltan sus palos
para mostrar sus heridas o la sangre todavía impregnada en la ropa. El
monumento al 7 de noviembre, fecha del golpe de Estado que alzó a Ben
Ali al poder, ha sido profanado con pintura roja. Una profanación más
que bienvenida. La avenida de Habib Burguiba de Sidi Bouzid está repleta
de pintadas con el nuevo nombre con que los vecinos quieren bautizar la
calle. Los 11 millones de tunecinos y gran parte del mundo árabe nunca
le olvidarán. Feida, la funcionaria, se equivocaba. Mohamed Bouazizi ya
es alguien.
que largo, que largo, por que no resumen aburreeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee
ReplyDeleteque largo, que largo, por que no resumen aburreeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee
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